Las letras andantes vagan a veces errantes y otras no tanto. Se mezclan entre otras letras queriendo formar palabras, soñando con oraciones y a veces animándose a saltar algunos renglones si ven alguna palabra que les guste más.

Pueden recorrer muchos kilómetros buscando aquella letra que las hará convertirse en una pequeña silaba, y que en una de esas, si el camino va bien por ahí, dará origen a una historia.
Las letras andantes no son de participar de cualquier mensaje o publicidad, sino que son más gustosas de aquellos textos que buscan sacar una sonrisa, o por lo menos una mueca. Podría decirse que son felices si logran generar cualquier reacción o sensación en aquellos seres que deseen darles vida.




"Y volvió esa sensación que ya tuve en la infancia, sin fijarme en el precio comenzó la abundancia"


Echale (Ejercito Chapatista de Liberación Estomacal)





martes, 18 de mayo de 2010

Hasta seis puntos imaginamos en un dado


Una chica parada de espaldas a un espejo, mas que nada vestida de blanco. Lleva algo consigo. Una bincha, ojos claros, una linda sonrisa, una bandeja. Pequeños rollitos de pollo procesado y clavados con escarbadientes y apoyados sobre las bandeja de plástico que sostiene la chica que esta parada de espaldas al espejo que ocupa casi por completo una de las paredes de la larga quesería. Frente a la chica; la bandeja de plástico; los rollitos diminutos de lo que se decía eran de pollo pero más bien se veía como queso; el escarbadientes; la bincha y su sonrisa estaba un señor acercándose a la chica, totalmente atraído por el pollo y la chica y todo eso y cogiendo uno con un sutil y delicado movimiento de prensa con sus dedos pulgar e índice (movimiento que nos hace ganar un peldaño mas alto que el del mono) se lo acerca a la boca que abre grande y antes de que se le escape la primera gota de baba lo engulle. Riquísimo. Dice mientras pensaba en la chica. La chica lo mira, parada de espaldas al espejo. Gente que transita el lugar. Van y vienen. Se alejan. Sacan numero y hacen cola igual, por las dudas, por si el ventajero salió hoy a la calle. Yo llegue antes, no yo, no yo, no yo, yo, yo. El traje blanco, la marca en la falda, en la camisa y en la bincha. La bandeja de plástico, de plástico, bolsas de plástico, nylon, ropa de plástico, ruedas, autos de plástico, televisores, video caseteras, DVD de plástico. Combustibles fósiles que hacen plástico. Energías no renovables. Energías renovables. Cambio climático. Caos. Medios de comunicación. Profecías. Miedo. El petróleo del mundo. Repsol. Bush. YPF. El auto. Caminar al trabajo, tal vez bicicleta, entre todos es mas barato y menos culpa. Se acaban los rollitos de pollo. Quedan solo tres o cuatro. La bandeja vacía. Los rollitos no están. Los escarbadientes no están. Algunos fueron a parar a los bolsillos y luego cuando llegaron a sus casas los arrojaron al tacho de basura. Otros fueron a parar a la vereda, otros al tacho de basura del lugar y algunos se los dieron a la chica que los aceptó con un sonrisa. Luego se preguntó que haría con ellos. Tal vez los tire en el tacho del local ni bien valla a buscar más rollitos. Pero todos finalmente terminaran en la misma pila al borde de la ciudad si todo sale como se planeó. Mas escarbadientes, mas sonrisas, mas pollo. Escarbadientes de madera. Escarbadientes que entrega el mismo proveedor que les entrega las servilletas de papel, que fueron madera también. Que transportan desde la fabrica de escarbadientes, donde trabaja también una chica con una sonrisa parecida, pero que viste de traje atendiendo los pedidos y a los proveedores de madera y químicos y de Técnicos. Y organiza los sueldos de todos. Nunca se preguntó para que se usan los escarbadientes. Solo supone que hay quienes los prefieren al hilo dental. Quedó un pollo en la bandeja, le pareció ridículo quedarse parada con solo uno, lo come y guarda el escarabientes en el bolsillo de la camisa, con el que mas tarde estará colgando una nota en el telgopor de la pared de su habitación, que se escribió a si misma. De ese mismo árbol salió un juego de mesa y seis sillas que compró de oferta una familia tipo de la zona oeste del gran buenos aires, cuya hija menor creía estar enamorada de un compañero de escuela pero que años mas tarde comprenderá que solo fue caprichos de infancia, influencia de sus compañeros y de toda su sociedad porque descubrirá que en realidad es lesbiana. Pero él no, él crecerá y continuará el trabajo de su padre. Fabrica cientos de cajas diferentes, no tanto a pedido, más bien por contrato. Entre esos clientes comercia con un amigo de años y siempre le entrega unas cajas más bien chicas que luego su amigo utiliza para llenarlas con algo que ni siquiera él, el proveedor de cajas desde hace años, aquel que continuo con orgullo los años de esfuerzo de su padre haciendo las necesitadas cajas de cartón que se hacen de madera para envolver cientos de miles de millones de productos comerciales que se venden en todo el mundo para que lleguen seguros a nuestros hogares al consumirlos, conoce. Las usa para empaquetar los pedidos de folletos, facturas y todo aquello con lo que facturan las imprentas, como publicidades de cualquier tipo, entre ellas son grandes clientes la pollería de un barrio cercano, donde el viejo dueño todavía a pesar de la gran y desleal competencia de las grandes pollerías que utilizan macabras técnicas de optimización de producción, se esfuerza por sobrevivir. Produciendo sus propias gallinas, a las que cuida muy bien, y las ofrece luego lo más frescas posible al público. Hace poco lo consultaron para saber si vendía trozado el pollo y el les contesto que sí, pero tuvo que negarse al pedido que le hicieron sobre comprarle aquellas partes que el consideraba no eran para consumo humano, tal vez por ponerse viejas. El viejo tiene tres hijas a las que ya no ve. Lo llama a veces una de ellas. Así se enteró que se caso y vive en la costa. Mar del Plata. Su esposo fue allí a probar suerte después que lo echaron de la empresa en la capital federal donde trabajaba vendiendo tela. Tela de todo tipo. Retazos y por metro. Por mayor o por menos. Batistas; lienzos. Veinticinco centímetros por favor para arreglar una manga. Para cortinas. Para pantalones, remeras, sabanas, vestidos de quince, de novias, camisones, muñecos, manualidades, para fabricar y vender. Los mejores clientes. Las señoras de edad avanzada que quieren siempre la última pieza de la pila enorme de gabardina estampada. ¿Por que no las lisas? Hay más colores y son más fáciles de alcanzar. Marrón, azul marino, aero que compran los trabajadores, o los que les gustan los pantalones fuertes. O la blanca, que esta mas a mano. Es la que más se llevan los que practican artes marciales. La semana pasada casualmente vendieron varios metros de gabardina de puro algodón, blanca, de 8 onzas de grosor, marca Niza, al dueño de la quesería que planeaba contratar a una chica que luciera un vestidito blanco con el logo de la empresa en cada parte, en la falda, en la camisa, en la bincha y si puede en la sonrisa. Que sostenga una bandeja de plástico frente a la pared de espejo del local, ofreciendo la nueva variedad de fiambre de pollo para que la gente le de una probadita y se tiente a llevar unas fetas a su casa.


Dibujo: Ana Perez de Alba

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